"El arte de nuestros enemigos es desmoralizar, entristecer a los pueblos. Los pueblos deprimidos no vencen. Por eso venimos a combatir por el país alegremente. Nada grande se puede hacer con la tristeza." ARTURO JAURETCHE

miércoles, 6 de marzo de 2013

PORQUE SOMOS FAMILIA


 Me da por pensarlo como un tío bueno que vivía lejos, no tan lejos después de todo, ya que cada tanto se daba una vueltita por casa. No tan lejos porque en nuestro día más triste vino, estuvo acá con nosotros, con ella, como un hermano.  Uno de esos tíos que te amenizaban la fiesta de fin de año, cuando todo el mundo ya medio se está pudriendo y el tipo cazaba la guitarra y se ponía a cantar o te contaba un chiste de gallegos, o le metía un cubito en la espalda a la prima Graciela.   Uno de esos tíos que siempre estaba, y cuando vos andabas en la mala mala fue capaz de darte una mano, no sólo una palmadita en el hombro y una palabra de aliento, no, que eso lo hace cualquiera.  El tipo fue y te dio una mano para que vos salieras del pozo.  ¿Por qué? Por nada, porque somos familia y es la manera de que no nos devoren los de ajuera. 

Cosa rara estos presidentes que se parecen tanto a su Pueblo que uno los quiere como a un pariente, uno se acongoja cuando les pasa algo, se enorgullece de ellos, daría cualquier cosa por compartir un guiso, un vino, una guitarreada.  Uno los tiene ahí, tan cerquita, como nuestro Néstor que vino y me abrazó, y abrazó a tantos, empezando por el camarazo en la frente.  Como nuestra Cristina, como Evo, como el Pepe.  Tan cercanos todos que los tuteamos, sabemos su vida y obra, recordamos sus frases, nos reímos con sus ocurrencias y aplaudimos sus actos de justicia. Cosa rara estos presidentes que cuando alguien los amenaza, salimos todas las gentes de bien de Latinoamérica a defenderlos.  Porque somos familia, sí.

Digo cosa rara porque capazmente estábamos acostumbrados a esos presidentes lejanos, elegidos por el Pueblo pero tan distantes de él.  Presidentes lamebotas de los yanquis, del FMI, tan afectos a los ajustes, las medidas antipopulares, de impecables trajes y corbatas y camisas con gemelos, tan de buenos modales,  tan prestos a proteger corporaciones, bancos, poderes fácticos, especuladores, empresas multinacionales.  Tan hábiles para hacernos pagar a todos las deudas de unos pocos.  Presidentes que miraban con asco al Pueblo y con devoción al embajador de los iunaitidestéits o a un secretario de pindonga del FMI.

Entonces salen estos presidentes, saco desabrochado y mocasines, traje de fajina o camisa roja, saco ribeteado en aguayo. Salen como un ventarrón soberano, a despeinar la América tan prolijita, donde de repente empezaron a verse los pobres, los indios, los viejos, los niños, invadiendo territorios que les estaban vedados: una playa, una escuela, a veces un restaurante, un cine, un despacho. Salen estos presidentes que se hermanan, salen del Pueblo, se apapachan en él, lo sirven, lo reparan, lo educan, lo curan, lo levantan, lo dignifican. 

Y cuando uno de estos presidentes se muere, no se muere.  Porque los presidentes se mueren, la gente común se muere, los dictadores se mueren, los abogados, los contadores, los policías, los intendentes, los conductores de televisión se mueren.  Pero los líderes no se mueren, se reproducen, se multiplican, se desparraman en ese Pueblo que los parió y que sale a la calle desencajado, perdido, ajado, triste, tan triste.  Y el Pueblo llora y recuerda la operación del pibe, la casa, el trabajo, el remedio.  Esas cosas, de esas cosas te habla el Pueblo, ojos renegridos y garganta seca.

Yo, peronista nacida y criada, parida en la idea de la integración latinoamericana, el antiimperialismo, la dignificación por el trabajo y eso, podría hablar de la muerte de un político de fuste, de un estadista, un militar del Pueblo, un bolivariano, un refundador de la Patria Grande y más palabras rimbombantes, y más análisis y esas cosas.  Pero la verdad es que siento triste,  como que se me murió un tío bueno que vivía lejos. No tan lejos, después de todo.

He dicho.


¡Hasta la Victoria siempre, Compañero Comandante!

viernes, 29 de junio de 2012

SILENCIO...


Todas las palabras que se están diciendo no alcanzan para llenar el silencio, que me lleva a mi adolescencia, enancado en algún acorde. El tipo me tenía todas las mañanas enganchada a la radio, con su música, su buena onda, su cordialidad.  Corría la década del ochenta, y mientras buscaba las medias azules y calentaba la camiseta sobre la estufa de querosene, alguien me sonreía desde el flamante Crown que mi viejo había comprado con esfuerzo.

Eran los primeros tiempos de la radio en frecuencia modulada (o de modulación de frecuencia, para hablar con exactitud) y el tipo decía Piedra Libre por la FM Rivadavia, toda la mañana, todas las mañanas, y al mediodía se despachaba con la historia del Rock Nacional, una maravilla que arrancó con Sandro y los de Fuego hasta llegar a los exponentes de la época. Todos, todos los músicos y grupos de rock que hoy me apasionan los conocí gracias a Badía.  Las veces que llegué tarde al colegio por terminar de escuchar el programa, son incontables. Si mi vieja llega a leer esto alguna vez, va a enterarse de por qué me quedaba libre todos los años de mi secundaria. 

Eran mis años de rebeldía inocente, de pelear con mi viejo, tanguero y folklorero hasta la médula que pensaba que el rock era ruido, salvo aquel rock de los 50 que era otra cosa, decía.  Capaz que ayudó la Negra Sosa cuando empezó a cantar temas de León o de Piero, pero sin dudas colaboró grandemente Badía para que mi viejo abriera un poco el bocho en ese sentido, cuando pasaba música excelente que yo grababa y despues le hacía escuchar, enfundada en mis pantalones desteñidos y el suéter marrón tan grande que le causaba cierta vergüenza.

Eran años de formación, también.  Una se va haciendo también con lo que escucha.  Y algunas voces que lo acompañaban me marcaron al momento de empezar a usar mi propia voz de otra manera: María Esther Sánchez -a quien después tuve el privilegio de tener como profesora en el ISER-, María Muñoz, Luis Fuxan... Badía me enseñaba a hacer radio. No era sólo la calidez de su voz, sino también su buen decir, su respeto por el idioma, su cadencia, la transmisión exacta de emociones, de sentires, de pensamientos, lo que debe tener un comunicador.  Su generosidad, ese repartir sin mezquindad alguna, repartir los sonidos. Ese dar el espacio para que los nuevos fueran hallando su cauce y fueran conocidos por el gran público.  En la radio y en la tele.  Toda la tarde de sábado nos pasábamos mirando Badía & Cía.  Creo que no me equivoco si digo que allí fue que ví y escuché por primera vez a un Juan Carlos Baglietto de pelo largo y gorra, con una Silvina Garré morocha y ruluda cantando Era en abril y De regreso, Mirta.

Supongo que a estas horas el tipo debe estar conduciendo flor de parranda allá arriba...

Sonidos e imágenes que poblaron mi adolescencia.  Hoy se fue un pedazo de ella.  Por hoy, aún lleno de palabras, sólo queda el silencio.




sábado, 16 de junio de 2012

EL ODIO



Los peronistas conocemos el odio. Lo vimos de cerca, lo masticamos, lo respiramos en el aire sulfuroso.  Nos lo tiraron desde unos aviones mientras en nuestra Plaza desagraviábamos a nuestra bandera mancillada.  Unos años antes nos lo habían escrito en la pared, viva el cáncer. Nos lo metieron en el cuerpo con balas certeras en un basural. Nos lo hicieron decreto para que no pudiéramos ni decir ni escribir nuestras palabras, ni cantar nuestra marchita, ni ponerle una flor a nuestra santa.  Décadas más tarde nos durmieron con él, para tirarnos a un mar que se tiñó de nuestra sangre, nos desaparecieron, nos torturaron, nos quitaron nuestros hijos y los criaron en el odio.

El odio es brutal, aunque cambie de formas.  Pareció adormilado por algún tiempo, pero no.  Las formas cambian pero el odio es el mismo, es esa bilis que ahora tiene pantalla y se refleja, por ejemplo, en un enfermo de odio que insta a sus telespectadores a mandar fotos con el dedito mayor hacia arriba, fáquiú.  O en una vieja con su tapado de piel y su essen pidiendo por el dólar.  O una pendeja, qué tendrá, veinte años, diciendo que va a la plaza porque "la odiamos, la detestamos"...

Pienso en esa pobre gente, almas de mierda pobladas de odio y el objeto de su odio: el negro peronista y todo lo que ande cerca.  Porque fijate vos que en este país no hay antiradicales, ni antisocialistas, ni antitroskos, ni antiliberales.  No ya, al menos.  Cierto es que los hubo antes, pero desde aquella irrupción inevitable de la negrada cruzando el riachuelo, nadie se define por el "anti".  Sólo los antiperonistas, excepción hecha de la Alianza Anticomunista Argentina que también persiguió y asesinó peronistas.

Ahora el odio es "anti-K".  Es igual de brutal en su esencia, aunque no use balas ni bombas, para simularse un poco. Repta por los canales diciendo que lo mejor que podría pasarle era quedar viuda, que en el cajón no estaba el cuerpo, que Fuerza bruta organizó el velorio, que la AUH se va en el juego y la droga, que lo de la operación fue en realidad un refresh, que no hacía falta traer al pibe en el Tango 01 por un problema en la rodilla (lo cual denota que además del odio tienen un grave problema de ignorancia pero eso ya es otro cantar).  Eso, en público.  En privado el odio se hizo brindis aquella mañana de octubre en que los negros llorábamos sin consuelo, se hizo lamento cuando el tumor no fue cancerígeno, se hizo vómito cuando la vieron volver y seguir gobernando.

Pienso en esa pobre gente destilando su odio por los canales, por las calles, por Nuestra Plaza.  Dicen que es el dólar y la corrupción y la inseguridad y lamarencoche.  Nosotros sabemos que es el odio.  El odio porque esos negros que llegaron a estar desclasados ahora pueden pensar en un futuro para sus hijos, en un estudio, en una casa, en unas vacaciones. El odio porque quedan desubicados como pickle en pan dulce haciendo tachín tachín con la essen en un país donde el amor se hizo mayoría.  El odio que se les ve en esas caras, en esos rictus feos, decididamente desagradables, que no alcanzan a disimularse con las cirugías.  

Pienso en ese pobre Agustín de la foto (¿tres añitos?).  Hay que ser muy hijo de puta para criar a tu propio hijo en el odio y para mandar la foto y que salga en la tele.  Pobre Agustín, va a crecer en un país infinitamente más justo, más inclusivo, más solidario y no va a poder disfrutarlo, porque de chiquito nomás le enseñaron a odiar y a expresar su odio con ese dedito.  A lo mejor tiene suerte y un día, a fuerza de amor, le enseñamos que tiene Patria, que en esa Patria que es suya hay alegría, hay bombos, hay bailes, hay fiesta, todas esas cosas que nos han querido quitar y que tozudamente hemos conservado a golpes de justicia social, a empujones de igualdad.

Los peronistas conocemos el odio, sí.  Lo hemos sufrido, lo seguimos y lo seguiremos sufriendo en carne propia.  En carne.  Nos dio, nos da y nos dará bronca, indignación, tristeza, rabia.  Y qué vamos a hacerle. Enseñarle a nuestros hijos a vivir con alegría, a ser felices cuando todos estamos mejor, cuando los humildes avanzan, a luchar por un país mejor para todos. Porque eso le enseñamos los peronistas a nuestros hijos, que salen en la tele haciendo la V, bailando, riendo, agitando banderas argentinas, orgullosos de su Patria.  Nada más que ponerle amor, justicia, hermandad, reparación, grandeza. Eso hacemos los peronistas.

He dicho.




sábado, 3 de marzo de 2012

LA SEÑORA DE ENFRENTE

La señora de enfrente es mala. Siempre me hace quedar como un pelotudo. Yo no sé por qué lo hace. Debe ser que me envidia porque yo sé vivir y tomarme un descanso cuando lo necesito. Ella no sabe lo difícil que es manejar esta ciudad, y que por eso de vez en cuando necesito descansar un poco.

Es mala, me hace las cosas a propósito. Yo me levanto tempranito un día y voy a ese lugar donde hay unos amigos míos (y otros que no son amigos) sentados así en redondo y me leo el discurso que me armó Jaime. Me tomó como diez o quince minutos, porque me lo escriben en letras grandes para que no use los anteojos. Bueno, lo leí, o algo así, después de todo soy ingeniero, no tengo por qué saber leyes ni leer taaaaaaaaaaannn bien. ¿Y ella que hace? Va y se larga un discurso como de tres horas, la señora, y cuando tiene que leer esos numeritos que son un montón y me marean, se pone anteojos que dan re intelectual. ¿Y yo qué? Quedo como un pelotudo

Yo le devuelvo los subtes por conferencia de prensa y ella dice que eso no se puede (qué, Jaime, ¿no se puede?... es que son tan lindas las cámaras...). Y que el contrato y que bla bla. Y yo quiero que me dé los subtes con la plata y los policías, y todo eso. ¿Por qué me dice que no? Si cuando papá me regalaba un auto me lo daba con los vales de nafta... (qué, Jaime...¿me depositó los subsidios? esteeeeemmmmm) Bueno, la policía, dice que me mandaron una nota, que tengo que organizar 240 tipos... (ayyyyyyyyyy Jaimeeeeeeeeeeeeeeeeee ¿qué le digo??? Ma sí, yo le digo que la ministra le mintió y que el subte funciona 85 horas al día y que necesito un montón de policías y que el turno adicional es de dos horas y cuarto) Y que también quiero polis para las bicisendas. ¿Cómo que las bicisendas no llegan a ningún lado? Qué, ¿tenían que llegar?

Es mala. Se pregunta si yo recién ahora me entero de que los coches de la línea A tienen más de cien años. Qué, ¿tenía que saberlo? Soy ingeniero y tengo plata y ando en auto. Qué, ¿cómo me iba a enterar de que tenían más de cien años? Qué, ¿acaso yo tengo que saberlo tooooooooooodo, eh? ¿No tengo derecho a no saber algo? Me parece que voy a quejarme ante el organismo ese que te defiende ante la dis... dis... ¿cómo era?

Ella no quiere dejarme que yo gobierne la ciudad. Ella quiere que yo haga cosas pero no me da plata ni una extensión de la tarjeta como me daba papá, ni me apapacha para ir a hacer noni. Es de mala nomás. Ella tiene la culpa de todo todo todo. Del paro de subte y de las inundaciones y de los edificios que se me caen y del lío que me arman los manteros y de que el subte esté lleno de pungas y que lo usen los de Matanza, y los de Varela (los de San Isidro no hay problema), y que los hospitales se me llenen de bolivianos y las escuelas de chicos de Villa Fiorito. Ella es mala. Y se la pasa inaugurando un montón de cosas porque tiene la plata que no me da, y eso. Y sólo lo hace para que yo quede como un pelotudo.

sábado, 25 de febrero de 2012

miércoles, 8 de febrero de 2012

QUE VES EL CIELO...

Y me sacaste de mi modorra del modo que menos hubiese querido. A pura lágrima, a pura puteada. Te fuiste y te llevaste un pedazo de mí, aquel pantalón desteñido, aquel morral, las sandalias franciscanas, aquel suéter grande que a mi viejo le daba vergüenza, aquella inocencia de los años donde empezaba a darle mamporros a la guitarra y estaba la muchacha ojos de papel y el niño dormido.


Flaco y la puta que te parió, sacarme así, yo que andaba con mis tristezas y ahora agregaste esta de no saber qué mierda hacer, dónde ir a llorar, o a fumarme un porro, mi hija que me avisa con una frase pequeña y no sabe que yo sé, y no sabe lo que fuiste, lo que sos, para todos nosotros.


Los dedos se atascan sabiendo que no van a poder escribir toda la tristeza que muerde el pecho, se viene aquel primer recital, dieciséis añitos, Obras, todos los mostros del rock nacional y vos y yo, que no podía creer que estaba viéndote, a vos y a los mostros. Un par de años más y aquel recital en Barrancas, el primero al que fui sola, no te alejes tanto de mi, ella también se cansó, y esas notas disonantes que rompían la cabeza y esas letras a veces inentendibles pero para que entenderlas sólo hay que dejarlas entrar.


Pasaron treinta años y siempre estuviste, siempre. Tengo el corazón como arrancado, todas las frases que se me ocurren son cursis porque el dolor es cursi, el amor es cursi, y qué. Trato de consolarme con eso de la gira, y que la gente buena va al cielo, y un montón de pelotudeces que no sirven para consolarse cuando te arrebatan el mi mayor y te dejan el alma en re menor.



No son los mejores días para que te me fueras a morir, flaco. Febrero empezó como el orto y así sigue. Nunca hubieran sido buenos días, pero éstos, menos. Ahora voy a salir a una Buenos Aires que va a estar más putamente gris que nunca, más chota, más triste, mas sola, como yo.


Vení, ponele una última novena, un acorde complicado, o uno sencillo, un oxímoron, una metáfora incomprensible, una desafinada si querés, un acople, ponele un poco de rock, quedándote o yéndote... quedándote...

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