"El arte de nuestros enemigos es desmoralizar, entristecer a los pueblos. Los pueblos deprimidos no vencen. Por eso venimos a combatir por el país alegremente. Nada grande se puede hacer con la tristeza." ARTURO JAURETCHE

viernes, 16 de septiembre de 2011

LÁPICES DE AYER, LÁPICES DE HOY

Se levantó tempranito como todas las mañanas. Desayunó. Puso a andar el lavarropas, agarró su celu viejo porque el nuevo no le gusta, la net, y se fue al colegio. Tiene diecisiete años y unas cuantas marchas ya. Se anotó en el UBA XXI y el año que viene me empieza la facu, parece que va a ser ingeniera. A veces dan ganas de acogotarla, como corresponde siendo hija única. Siendo hija, bah. Otras veces dan ganas de protegerla para que nada nada malo le pase nunca jamás. Todas, todas las veces me da un orgullo, pero un orgullo tan grande que no me cabe en el alma.


Volvió al mediodía medio enculada porque no pudo leer su discurso en el acto de la Noche de los Lápices. No pudo porque se suponía que debía ir como representante de su cole al acto del Pellegrini al que tampoco fue por desencuentros con los otros miembros de su centro de estudiantes. Y, a la final, el que hizo el discurso fue el presidente del centro, un boludito PRo al que le importa un pito la Noche de los Lápices, que le saca canas verdes y que después del acto quería hablar sobre la fiesta de la primavera, el desubicadito.


Regresó a su escuela a la tarde, para otro acto. Me mandó msj, no sé si con el celu nuevo o el viejo. Tampoco pudo leer su discurso pero estaba contenta porque lo de la tarde fue muy bueno, hablaron tres ex alumnos y tres delegadas, pasaron videos y fotos. Otra cosa.


Mi hija es una adolescente como tantas otras. Y distinta a tanta/os otra/os. Milita en su centro de estudiantes y a veces siente que lo hace al pedo porque a muchos de sus compañeros todo les chupa un huevo. Pero sigue porque cree que eso debe hacer.


Yo la veo, a veces con angustia, otras malhumorada, otras chocha como la gallinita. La piba transita su adolescencia con las idas y venidas propias de su edad. Va a los recitales, a la casa de su amiga, visita a su abuela. Una piba normal, como aquellos pibes de La Plata, como tantos pibes que pusieron el cuero. Una piba que puede meterse en política con tranquilidad, porque en esta Patria que le estamos construyendo ahora hay Justicia, gracias a un flaco que cuando llegó a presidente barrió con la impunidad.



En la tele pasan, desordenadas, las imágenes. Miles de pibes haciendo la cola para ver a Riqui Martin. Adolescentes despreocupadas, exultantes, con fotitos del ídolo, muñequeras, gorro bandera y vincha. Y está bien, qué joder. Está bien que esas chicas puedan elegir ir a un recital. La tele muestra otros miles de pibes marchando a la Plaza, por la memoria la verdad y la justicia, que puede parecer una consigna repetida pero no deja de ser cierta cuando se siente de verdad.



Pienso en mi piba, que empieza a juntarse y arremangarse por su país, y en aquellos pibes. Ella también los piensa. Está feliz porque empezó el juicio del circuito Camps y sabe que esos chicos que tenían su edad ahora van a tener Justicia.



Pienso en mi piba que se mete a hacer política y en mí, que no tengo los temores que tenían mis viejos cuando empecé yo, allá por principios de los ochenta. Pienso en mi piba y en aquellos pibes y en aquel país sin sol y sin colores y en esta Patria radiante que vamos haciendo tan de a poquito. Pienso en todas estas cosas, en la adolescencia de aquellos pibes, en la mía y en la de mi hjija y en la de las que están haciendo la cola para entrar al recital de Riqui Martin. Pienso en todas estas cosas y tantas otras que ahora tenemos y disfrutamos, y también en las que faltan. Pienso en los lápices robados de ayer y los que hoy pintan la Patria con colores nuevos. Definitivamente, tenemos Futuro.



He dicho.

jueves, 8 de septiembre de 2011

ZITTO, UN PUEBLO EN LA GARGANTA

Fue lo primero que escuché cuando me fui a vivir al Chaco. De una vieja radio verde oscuro salía un chamamecito lento, suave, apenas entonado por una voz tan dulce como profunda. "¿Qué es eso?", pregunté mientras engullía un delicioso guisito casero. “El negro Zitto Segovia” me dijeron unos ojos negros. Sonaba aquella voz por la Libertad, una FM de Resistencia que dio vuelta la historia de la radiodifusión chaqueña. El programa se llamaba “A mitad de la jornada” y se emitía, como ya sospecharán, al mediodía. Lo conducía quien luego sería mi amigo y maestro, Manolo Bordón, el primer tipo que confió en mí para hacer radio, que me dijo “Hay algo que no se compra, Tana, y es el criterio”, me enchufó un handy y me mandó a cubrir un quilombito de estudiantes. “Reluce la luna llena con enaguas de satén, te va contando un secreto que nadie puede saber... el viento te vuela lejos, del cabello hasta los pies”... cantaba el Zitto éste y mi corazón se abría a un sonido nuevo, con sabor a verano. Y ahí quedé, prendada de una voz sencilla, atenorada, como de alondra, que me cimbraba en el alma como el agüita fresca de la lluvia en una siesta de verano.

El Negro era el cantor del Pueblo chaqueño. Era como Gardel. La gente lo adoraba porque le cantaba sus cosas, sus dolores, sus historias, sus colores, sus sueños. El negro hablaba, con su música, de gentes concretas. Lucía de Arena. El Cacique Chamelraikin, que volverá con su pueblo de la muerte. Nocaut González, el hombre que en el mugriento baldío se volvía Luna Park. El negro Pavón, soldado muerto en Malvinas. El Ramón, perdida su vida por una mujer. Juana, la lavandera a la que no se le doblaba la espalda Juana jamás. Ricarda la criada de los Molina a los que crió ella. La Loca Margarita y sus solteros almanaques. Mate Cosido tigre ligero como perdiz. Exactos retratos chamameceados que se anudaban con la inundación y el trabajo, con el monte y el Cristo de los villeros y los negros de dientes blancos del Camba Cuá.

Pocas semanas después de llegar al Chaco, lo conocí. Veintidós años tenía yo y me había ido a una provincia casi ignota detrás del amor. No sabía que una vez que aquel amor se me fuera, me iba a quedar por amor a la provincia. Trabajaba en un pequeño barcito en la calle Perón, a cinco cuadras de la plaza central de Resistencia. Oficiaba de moza, lavaplatos, cocinera, creaba personajes y cazaba la viola y armaba la guitarreada, que se extendía hasta bien entrada la madrugada. En este barcito empezaron a caer los musiqueros, y un día se apareció el Zitto. Negro pintón, arrebataba al mujeraje como el viento norte, decían. Muy cara de chaqueño, ojos chiquitos mirada tranquila, crenchudo como negro peronista que era. El Zitto se sentó a la barra, se pidió una copa de vino, agarró un marcador y escribió en la pared del bar donde todo el mundo escribía cosas. “La casa es chica pero sucia”, escribió el muy hijo de puta con ese humor entre simplón y cínico del que hacía gala. Cagándose de risa me pidió la guitarra, mi guitarra, la que mi viejo me regaló para mis quince, y se puso a cantar.

El Negro reía, siempre reía. Una vez me pescó batiéndome el flequillo para que se me inflara, flequillo típico de finales de los ochenta. Me lo revolvió un poco él, al tiempo que se reía diciéndome “yo, tanto trabajo para aplastármelo y vos te lo despeinás”. Ya dije que era crenchudo el Zitto. Habrá pensado que era una porteñita tilinga y sospecho que tenía razón.

Empezaba a desmayarse de a poco el año 89 y el Zitto andaba con otros musiqueros chaqueños y correntinos haciendo un espectáculo que en ese momento debía estar en Francia representando al país en el festival internacional de folklore, pero no pudieron porque nunca llegaron los fondos para semejante viaje. “La Delegación” -como se habían llamado- estaba recorriendo los pueblos de las dos provincias, cuando los atrapó la muerte en un recodo del camino, barranca abajo, a orillas del Paraná. Se fueron con el río Zitto, Johnny Behr, Michel y el Gringo Sheridan, el Chango Paniagua y el Yacaré Aguirre. Y las dos provincias se hundieron en las sombras mas hondas que yo hubiera visto en mi vida


Se murió el Zitto. Eso fue lo que dijo Manolo por la radio, en un hilo de voz. Yo estaba preparando las mesas en el bar, eran cerca de las siete de la tarde. El Carlitos Miño había nadado hasta una imposible orilla, había buscado un teléfono, y había llamado a Manolo para que el pueblo se enterara de lo que había sucedido con sus cantores. Poco a poco empezaron a caer los amigos por el barcito, todos con una tristeza plúmbea, con el dolor en el gesto, en el aire, en el silencio, en el abrazo. Tarde, ya pasada la medianoche, llegó Manolo. Destrozado, el hombre que había perdido a su amigo, lloró en un vino. No recuerdo más de aquella noche del 8 de septiembre. Pasaron veintidós años. Los mismos que yo tenía cuando lo conocí. Desde aquel tiempo me acompaña la dulce voz del Negro.

Esta noche, en la Plaza España de Resistencia, musiqueros, cantores, y el Pueblo chaqueño, encenderán tres fogones: uno por Zitto, otro por Johnny, y otro por todos los trabajadores de la cultura que se han ido en estos años. Yo estaré mil kilómetros río abajo, con el corazón allá, agradecida a la vida porque me dio la oportunidad de ser una persona mejor, después de haber transitado esos días chaqueños que me dejaron amigos queridos, la costumbre de la siesta, los ojos llenitos del rojo de los chivatos cuando florecen en noviembre, un cierto andar más lento, un pensar más despacioso, un gusto distinto por la sencillez, el amor por el chamamé, un vino negro compartido, y la voz siempre presente de Zitto Segovia. Voz que hoy les quiero regalar, levantando una imaginada copa de vino, un ¡salud, compañero Zitto!, y un eterno sapucay.

He dicho




miércoles, 7 de septiembre de 2011

VACUNALA...

Vos sos mamá, como yo. Pongamos que tu piba tiene unos diez, once años. Querés lo mejor para ella, que no sufra, que ningún turrito/a le rompa el corazón, que estudie y se reciba y pueda trabajar de lo que le gusta y pueda vivir de eso. Esas cosas querés para tu piba. Que crezca sanita, como dice la abuela.



Vos sos mamá. Darías cualquier cosa por asegurarte su felicidad, pero sabés que eso no podés garantizarlo. Lo que sí podés garantizarle ahora, porque hay un Estado que banca eso, es que cuando llegue a los cuarenti, cincuenti, no se muera de un cáncer de cuello de útero. Suena duro, pero es así.


Vos sos mamá y capaz no lo sabés, pero unas cuatro mil mujeres por año se infectan en este país con el Virus del Papiloma Humano. Yo soy una de ellas. Por suerte no pesqué las cepas que están ligadas al desarrollo de cáncer cervical, pero aún así es -al menos- una molestia. Si hubiera tenido acceso a una vacuna, lo podría haber evitado.


Ahora tenés la oportunidad de evitarle a tu piba una enfermedad que podría llevarla a la muerte. Disculpame que sea tan brutal, pero estas cosas hay que decirlas como son. Mil ochocientas mujeres se mueren por año por cáncer de cuello de útero. Mil ochocientas. No es joda. El Estado dio cuenta de esto, como de tantas cosas, y se hace cargo de la salud de tu piba.


Hace unos meses la Presidenta anunció que la vacuna contra el HPV se incorporaba al calendario de vacunación obligatorio. La buena noticia que sigue es que a partir de octubre se implementa la campaña que protegerá del virus a unas cuatrocientas mil niñas nacidas en el año 2000. Y será gratuita. Te cuento esto porque yo vacuné a mi piba hace un par de años, y cada dosis (son tres) me salió más de cuatrocientos mangos.


No sé si te das cuenta. No es una medida cuyo impacto puedas verlo enseguida, como la AUH o la inauguración de una red de agua corriente. Vamos a ver, dentro de veinte o treinta años, que las mujeres ya no se mueren por un cáncer de cuello de útero en esta bendita Patria. Eso es porque tenemos un Estado que piensa y proyecta futuro. Un día de estos escribiré sobre eso.


Vos sos mamá. Andá y vacuná a tu piba.


He dicho.

ESTE BLOG ESTA ORGULLOSO DE SER PARTE DE LA MIERDA OFICIALISTA