"El arte de nuestros enemigos es desmoralizar, entristecer a los pueblos. Los pueblos deprimidos no vencen. Por eso venimos a combatir por el país alegremente. Nada grande se puede hacer con la tristeza." ARTURO JAURETCHE

viernes, 29 de junio de 2012

SILENCIO...


Todas las palabras que se están diciendo no alcanzan para llenar el silencio, que me lleva a mi adolescencia, enancado en algún acorde. El tipo me tenía todas las mañanas enganchada a la radio, con su música, su buena onda, su cordialidad.  Corría la década del ochenta, y mientras buscaba las medias azules y calentaba la camiseta sobre la estufa de querosene, alguien me sonreía desde el flamante Crown que mi viejo había comprado con esfuerzo.

Eran los primeros tiempos de la radio en frecuencia modulada (o de modulación de frecuencia, para hablar con exactitud) y el tipo decía Piedra Libre por la FM Rivadavia, toda la mañana, todas las mañanas, y al mediodía se despachaba con la historia del Rock Nacional, una maravilla que arrancó con Sandro y los de Fuego hasta llegar a los exponentes de la época. Todos, todos los músicos y grupos de rock que hoy me apasionan los conocí gracias a Badía.  Las veces que llegué tarde al colegio por terminar de escuchar el programa, son incontables. Si mi vieja llega a leer esto alguna vez, va a enterarse de por qué me quedaba libre todos los años de mi secundaria. 

Eran mis años de rebeldía inocente, de pelear con mi viejo, tanguero y folklorero hasta la médula que pensaba que el rock era ruido, salvo aquel rock de los 50 que era otra cosa, decía.  Capaz que ayudó la Negra Sosa cuando empezó a cantar temas de León o de Piero, pero sin dudas colaboró grandemente Badía para que mi viejo abriera un poco el bocho en ese sentido, cuando pasaba música excelente que yo grababa y despues le hacía escuchar, enfundada en mis pantalones desteñidos y el suéter marrón tan grande que le causaba cierta vergüenza.

Eran años de formación, también.  Una se va haciendo también con lo que escucha.  Y algunas voces que lo acompañaban me marcaron al momento de empezar a usar mi propia voz de otra manera: María Esther Sánchez -a quien después tuve el privilegio de tener como profesora en el ISER-, María Muñoz, Luis Fuxan... Badía me enseñaba a hacer radio. No era sólo la calidez de su voz, sino también su buen decir, su respeto por el idioma, su cadencia, la transmisión exacta de emociones, de sentires, de pensamientos, lo que debe tener un comunicador.  Su generosidad, ese repartir sin mezquindad alguna, repartir los sonidos. Ese dar el espacio para que los nuevos fueran hallando su cauce y fueran conocidos por el gran público.  En la radio y en la tele.  Toda la tarde de sábado nos pasábamos mirando Badía & Cía.  Creo que no me equivoco si digo que allí fue que ví y escuché por primera vez a un Juan Carlos Baglietto de pelo largo y gorra, con una Silvina Garré morocha y ruluda cantando Era en abril y De regreso, Mirta.

Supongo que a estas horas el tipo debe estar conduciendo flor de parranda allá arriba...

Sonidos e imágenes que poblaron mi adolescencia.  Hoy se fue un pedazo de ella.  Por hoy, aún lleno de palabras, sólo queda el silencio.




sábado, 16 de junio de 2012

EL ODIO



Los peronistas conocemos el odio. Lo vimos de cerca, lo masticamos, lo respiramos en el aire sulfuroso.  Nos lo tiraron desde unos aviones mientras en nuestra Plaza desagraviábamos a nuestra bandera mancillada.  Unos años antes nos lo habían escrito en la pared, viva el cáncer. Nos lo metieron en el cuerpo con balas certeras en un basural. Nos lo hicieron decreto para que no pudiéramos ni decir ni escribir nuestras palabras, ni cantar nuestra marchita, ni ponerle una flor a nuestra santa.  Décadas más tarde nos durmieron con él, para tirarnos a un mar que se tiñó de nuestra sangre, nos desaparecieron, nos torturaron, nos quitaron nuestros hijos y los criaron en el odio.

El odio es brutal, aunque cambie de formas.  Pareció adormilado por algún tiempo, pero no.  Las formas cambian pero el odio es el mismo, es esa bilis que ahora tiene pantalla y se refleja, por ejemplo, en un enfermo de odio que insta a sus telespectadores a mandar fotos con el dedito mayor hacia arriba, fáquiú.  O en una vieja con su tapado de piel y su essen pidiendo por el dólar.  O una pendeja, qué tendrá, veinte años, diciendo que va a la plaza porque "la odiamos, la detestamos"...

Pienso en esa pobre gente, almas de mierda pobladas de odio y el objeto de su odio: el negro peronista y todo lo que ande cerca.  Porque fijate vos que en este país no hay antiradicales, ni antisocialistas, ni antitroskos, ni antiliberales.  No ya, al menos.  Cierto es que los hubo antes, pero desde aquella irrupción inevitable de la negrada cruzando el riachuelo, nadie se define por el "anti".  Sólo los antiperonistas, excepción hecha de la Alianza Anticomunista Argentina que también persiguió y asesinó peronistas.

Ahora el odio es "anti-K".  Es igual de brutal en su esencia, aunque no use balas ni bombas, para simularse un poco. Repta por los canales diciendo que lo mejor que podría pasarle era quedar viuda, que en el cajón no estaba el cuerpo, que Fuerza bruta organizó el velorio, que la AUH se va en el juego y la droga, que lo de la operación fue en realidad un refresh, que no hacía falta traer al pibe en el Tango 01 por un problema en la rodilla (lo cual denota que además del odio tienen un grave problema de ignorancia pero eso ya es otro cantar).  Eso, en público.  En privado el odio se hizo brindis aquella mañana de octubre en que los negros llorábamos sin consuelo, se hizo lamento cuando el tumor no fue cancerígeno, se hizo vómito cuando la vieron volver y seguir gobernando.

Pienso en esa pobre gente destilando su odio por los canales, por las calles, por Nuestra Plaza.  Dicen que es el dólar y la corrupción y la inseguridad y lamarencoche.  Nosotros sabemos que es el odio.  El odio porque esos negros que llegaron a estar desclasados ahora pueden pensar en un futuro para sus hijos, en un estudio, en una casa, en unas vacaciones. El odio porque quedan desubicados como pickle en pan dulce haciendo tachín tachín con la essen en un país donde el amor se hizo mayoría.  El odio que se les ve en esas caras, en esos rictus feos, decididamente desagradables, que no alcanzan a disimularse con las cirugías.  

Pienso en ese pobre Agustín de la foto (¿tres añitos?).  Hay que ser muy hijo de puta para criar a tu propio hijo en el odio y para mandar la foto y que salga en la tele.  Pobre Agustín, va a crecer en un país infinitamente más justo, más inclusivo, más solidario y no va a poder disfrutarlo, porque de chiquito nomás le enseñaron a odiar y a expresar su odio con ese dedito.  A lo mejor tiene suerte y un día, a fuerza de amor, le enseñamos que tiene Patria, que en esa Patria que es suya hay alegría, hay bombos, hay bailes, hay fiesta, todas esas cosas que nos han querido quitar y que tozudamente hemos conservado a golpes de justicia social, a empujones de igualdad.

Los peronistas conocemos el odio, sí.  Lo hemos sufrido, lo seguimos y lo seguiremos sufriendo en carne propia.  En carne.  Nos dio, nos da y nos dará bronca, indignación, tristeza, rabia.  Y qué vamos a hacerle. Enseñarle a nuestros hijos a vivir con alegría, a ser felices cuando todos estamos mejor, cuando los humildes avanzan, a luchar por un país mejor para todos. Porque eso le enseñamos los peronistas a nuestros hijos, que salen en la tele haciendo la V, bailando, riendo, agitando banderas argentinas, orgullosos de su Patria.  Nada más que ponerle amor, justicia, hermandad, reparación, grandeza. Eso hacemos los peronistas.

He dicho.




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