Hace varios días que estoy escribiendo lo del 24. Quería publicarlo hoy. Pero hoy tengo que hablar de mi viejo. Un tipo peronista. Un tipo común. Tan común que no van a leer acá una historia de héroes, sino una historia común, como la de millones de tipos con sus historias comunes, que no por comunes son menos importantes.
Mi viejo era hijo de inmigrantes italianos, que malvendieron sus bienes en las uropas para pagar deudas y salvar la limpieza del apellido, y se vinieron con una mano a atrás y otra adelante. Fue el menor de los varones de don Luigi y doña Elvira. Creció en el barrio de Pompeya, y su infancia y adolescencia estuvieron marcadas por los esplendores del peronismo, inaugurándose la marca en aquel diecisiete, cuando era un pibe que miraba con sus grandes ojos azules (azules, ni grises ni celestes… increíblemente azules) cómo venían las mujeres agarradas de los brazos por la avenida Almafuerte, a liberar al Macho.
Después, le vinieron los zapatos y el guardapolvo que le mandó el gobierno, el amor por Evita, los amigos, las milongas, el salir a laburar, Perón Perón qué grande sos. El tipo largó los libros y se puso a arreglar heladeras, lavarropas, esas cosas, en una época donde podías hacerte un porvenir sin que te hiciera falta un título universitario. A los 28 pirulos sentó cabeza y se casó con mi vieja, una morocha obrera, linda linda. Como tantos, estableció su hogar en los fondos de la casa de la nonna. Con los años, de ahí pasamos a un departamentito de dos ambientes, y después a la casa propia, construida gracias al Plan Eva Perón del Banco Hipotecario, allá por el 73.
Tengo imágenes de mi viejo que parecen de una película. Cuando llegaba con la camioneta de la empresa a la casa de Almafuerte, tocaba bocina y yo salía corriendo y me subía a la caja y moría de risa cuando saltaba al pasar el umbral del portón. Tenía una onda especial con los chicos. Con los propios y los ajenos. Los pibes se le pegaban como moco. Mis primos, los vecinos del barrio, los hijos de los amigos, todos amaban a mi viejo. Nosotros moríamos de felicidad cuando tocaba el timbre al llegar al departamento, cansado, cargando su valija de cuero con las herramientas, y salíamos los tres a colgarnos de él, mientras buscábamos los caramelos en sus bolsillos. No es posible olvidar cómo se desvivía por nosotros. Los juguetes que nos compró con tanto esfuerzo, las veces que nos hizo de caballo, que jugó con nosotros, que nos asustó, que nos cagó a pedos.. Los domingos a la mañana, los cinco en la cama grande para mirar la carrera del Lole, y él haciendo el desayuno para todos. El Lole salía segundo y después venía el mate con pan y salamín, mientras esperábamos que estén los fideos o el asadito. Su familia era el mejor mundo para mi viejo.
El viejo quería, por sobre todas las cosas, que estudiáramos. Por el año 77, recién mudados a Torcuato, con la casa aún sin terminar, el viejo no tenía plata para comprar el libro de lectura de primer grado para mi hermano. Pero mi hermano tenía que tener su libro, así que el tipo fue y compró un cuaderno Rivadavia, marcadores Sylvapen (los de las florcitas, ¿se acuerdan?) y una caja de lápices, pidió un libro prestado y lo copió íntegro. A ver si me entienden: el enferrrrmo le copió todo el libro de lectura, con sus dibujos, sus colores, sus letras imprentas y cursivas. Mi hermano tuvo su libro igual al de sus compañeritos, sólo que con renglones. Ese año mi hermano fue el mejor alumno de su grado (por primera y única vez en su vida, jaja).
El viejo nos apoyó siempre, en todo lo que decidimos, aunque no le gustara. Cuando le salí con que iba a entrar en la Escuela Nacional de Arte Dramático, el tipo me dice “mirá, hija, yo preferiría que estudies otra cosa, pero si eso es lo que querés, yo voy a apoyarte”. Y ahí estuvo, siempre. Me fue a ver a todas las obras que hice, al menos en Buenos Aires. Después, cuando le dije que me iba a vivir al Chaco, tampoco le gustó ni mierda, fue sin duda un gran dolor para él, pero apoyó, porque yo iba tras de un sueño de felicidad. Cuando quedé embarazada, vine a Buenos Aires a dar la noticia. Él, a sus cincuenta y siete años, ya estaba siendo brutalmente carcomido por el Alzheimer. En uno de sus momentos de lucidez, le conté que estaba embarazada y le pregunté si no le molestaba que fuera a tener un hijo sin estar casada. Me respondió: “¿Y cómo me va a importar, si vas a darme un nietito?” Cuando volví, con mi bebé de quince días, sé que le iluminé los casi dos años que le quedaban de vida. O se los iluminó mi hija. Él hizo lo último que podía hacer, con todas las limitaciones que le impuso esa enfermedad de mierda. Nos cobijó, nos amparó, nos amó. Y cuando todo estaba más o menos encaminado, se murió. Concha de su madre, la chota Huesuda se lleva a los tipos buenos demasiado temprano. Mi viejo no llegó a cumplir sus sesenta.
Los tres hijos recogimos su legado. Los tres tenemos, indudablemente, algo de él.
Mi hermana más chica tomó su gusto por la naturaleza y el deporte. Hace años ya que vive una buena vida en Necochea, preocupada por el medioambiente, apagando luces para salvar el planeta, esas cosas. Y entrenando a un equipo de básquet de pendejos de 5/6 años. Básquet. Mi viejo fue subcampeón de básquet en los Campeonatos Infantiles Evita del ’51. Cosas de la vida, en la reunión bloguera de la Bancaria conocí al capitán de aquel equipo, que es el padre de los jóvenes Cacharienses, el mundo es una carilina. Pero volvamos a mi hermana. Ella es la única que mantiene la estructura familiar que nos inculcó el viejo: marido, hijo que es un divinor, un perro, una casa con jardín. Claro que mi hermana exageró un poco, y la casa se la compró con vista al mar.
Mi hermano, el del medio, tiene ese buen humor a prueba de balas. Mi viejo era así, el alma de las fiestas, siempre pronto a alegrar la vida de quien estuviera cerca con algún chiste pelotudo. Como ese en el que Pedro se hunde al pretender caminar sobre las aguas, y Jesús se da vuelta, lo mira y le dice: “Por las piedras, boludo, por las piedras”. Esa clase de chistes, tremendamente idiotas, lo vuelvo a leer ahora y me cago otra vez de risa. Así también es mi hermano, un histrión al que a veces dan ganas de matar, y entonces el tipo va y te sale con cualquier huevada y te desarma toda la furia que podés haber traído.
Yo, la mayor, me quedé con su pasión por la música, por las letras, y por el peronismo. Nunca voy a cantar Romance de Barrio con su gorjeo dulzón, ni voy a tocar la armónica haciendo así con la patita como él, pero cazo la guitarra y abro la jeta y masomeno me defiendo. Nunca voy a escribir esos sonetos perfectos (ni ese incomparable Poema a la Mierda que escribió el animal). Apenas acomodo palabras y despunto el vicio por acá, a veces con cierta eficacia. Es en su pasión peronista, en sus ideales, en sus banderas que tomé y llevo adelante, donde más me hallo. Y en donde más lo honro. Espero.
Los tres hermanos heredamos la mano para el dibujo. Los tres somos padres que se desviven por sus hijos. Los tres nos mandamos algún cagadón alguna vez. Los tres somos personas buenas.
Disculpen si la hice demasiado larga, yo escribí todo esto sólo porque hoy hace quince años que se supone que se fue. Y para decir que estoy orgullosa del viejo que tuve. Y que el viejo debe estar orgulloso de lo que hizo. Ojalá todo el mundo tenga un viejo como el mío.
He dicho.
Que envidia de la linda, si es que existe tal cosa, no, mejor que ganas de haber tenido un viejo un poquito nomas como el tuyo.
ResponderEliminarUn beso enorme y cuando escribís estas cosas a pesar de que hace años nos damos poca bola, te quiero "hasta la mierda"
esto que escribís es la única prueba de la inmortalidad. Sin conocerlo pude ver esos ojos muchas veces, vos los traes de tanto en tanto.
ResponderEliminarEl siete de marzo mi papa hubiera cumplido ochenta y uno y por eso capaz me puse a leer esto, termine de hacerlo llorando, un millon de coincidencias no te imaginas hasta que se enfermo de lo mismo a los cincuenta y siete, gracias!
ResponderEliminarAcabo de leerlo y me has hecho llorar y en forma. Yo tuve también un viejo muy bueno al que extraño. Pero, sobre todo, la descripción de tu viejo, me hizo sentir identificado con él. Yo soy así. No tengo ojos azules, son verdes, tengo 4 hijos, todos artístas pero uno solo siguio con lo suyo, el arte, los otros hacen optras cosas para sobrevivir. Te felicito. Me gustaría que algún día, algun hijo se acordara de mi de esa forma. Gracias. Muchas gracias., Me hiciste sentir bien, con lagrimas lindas.
ResponderEliminarGracias por lo que escribiste. Me hiciste llorar y aun estoy llorando mientras te escribo. Yo tuve un viejo bueno, muy bueno. Pero este relato me hizo identificarme con tu viejo. Yo fui así - y sigo siéndolo -no tengo los ojos azules, son verdes, pero me sentí tan identificado que hasta creí que era un hijo mío el que lo habia escrito, hasta que lo leí todo. Te felicito por haber compartido una cosa tan linda. Tengo 4 hijos, todos artístas, pero solo uno siguió por el arte, los otros siguieron otros caminos para sobrevivir. Me encantaría que alguno de ellos algún dia me recordara así. Gracias. Gracias
ResponderEliminar