Vea, General: yo conocí el mar por Usted. Me tuve que bancar tres vacunas en la espalda cuando tenía 8 años , con una agujita mínima que dolía hasta la puta, y me cortaron el largo y lacio pelo casi rubio y me dejaron una melenita infame para que no me agarraran los piojos. Depués me fui amorochando de adentro y el pelo tuvo que hacer lo mismo. Vio cómo es. Una no puede ser una cosa por dentro y otra por fuera.
Creo que fuimos en tren, era lindo el tren, así que prefiero que hayamos ido en tren. Lo que sí recuerdo es el bolso de lona azul claro que me hizo mi madrina para llevar la ropa, incómodo, grande, las bombachas de algodón rayado y las mallas de lana azul que nos daban para que estemos todas iguales y no nos perdiéramos en la playa.
Llegué al complejo. No me alcanzaban los ojos para nada, vea, General. Todo era tan escandalosamente grande desde mi escaso metro y pico: los edificios, el patio, los jardines, las habitaciones con infinidad de camas marineras, el mar. El mar, General, el que conocí por usted
La única amiguita que me hice, la que dormía en la cama de arriba, era judía. Lo supe porque fue lo que le explicó a la dulce señorita Amanda cuando le preguntó por qué no se unía a los rezos de todos antes de dormir, porque nos hacían sentarnos en la cama y rezar al angelito de la guarda. Y menos mal que nos hacían rezar, porque yo todavía tenía miedo a la oscuridad. No sé si me sentía más segura por el rezo o por las celadoras que nos cuidaban toda la noche. Judith, mi amiguita, andaba conmigo para todos lados, ella judía y yo narigona, poca bola a los otros grupitos de nenas, unas mayores que nosotras y otras más lindas que nosotras.
Aprendí algunas cosas, enfundada en esa malla azul que picaba. Aprendí lo terrible que era extrañar a mi nonna (y no sabía que se me iba a ir meses más tarde), a mi viejo (y no sabía que se me iba a ir cuando le quedaba tanto por joder). Aprendí que los chicos son crueles y las maestras no hacen justicia siempre. Aprendí que el mar era una inmensidad que se me metía en el cuerpo, igual que después lo hizo el peronismo. Ví un cangrejo por primera vez en mi vida, ¿sabe? Me lo tiraron las nenas grandes y lloré bastante del susto. El bicho estaba recontra seco, pero me rozó el talón, y yo creí que la piel del talón se me iba a poner dura para siempre, quizás porque nunca había reparado en la piel de mi talón.
Pero ese no fue mi primer encuentro con usted, General. Venía ya zizagueando en el relato de mi viejo y el guardapolvo y los zapatos que le hizo llegar para que fuera a la escuela, y en las canciones de mi tía Imelda que me decía niña hermosa te daré una cosa que empieza con P. No sabíamos aún que usted se nos iba a ir, poco después de darme algo en aquel verano del 73: el mar, General.
Cuando Usted se murió, se murió el "Padre Eterno".
Lo bueno de un Padre que es eterno es que una puede pelearse y amigarse a cada rato, descubrirle las cosas jodidas, las maravillosas, sacarlo de la idealización y verlo como un hombre. Vivirlo. Digo, porque los pibes a los padres los ven muchas veces como superhéroes. Más de un pendejo debe creer que su papá vuela. O al menos en mi infancia éramos proclives a esas cosas, ahora los pibes no se comen ninguna.
Si yo hubiera creído hasta hoy que mi viejo era Goyeneche, un día iba a tener que darme la cabeza contra la pared y ver que era el Flaco Balsarini, nomás, y que sus mayores hazañas fueron salir subcampeón de básquet en los Infantiles Evita del 51, criar tres hijos y aguantar a mi vieja. Por suerte esas cosas una las fue descubriendo de a poco y el golpe no fue tan duro. Creo. A fin de cuentas, cuando una se pelea o se enoja, no es menos hija. Y, sobre todo, el padre no es menos padre.
Lo mismo me pasa con usted, General. Escucho historias sobre Usted y las cosas que hizo, lo leo, lo recontra leo. El discurso del cinco por uno, y también el de los que tratan de infiltrarse en el Movimiento. Durante mi juventud pensé que la Revolución que Usted había hecho era inconclusa porque no la habían dejado llegar al socialismo. En mi madurez creo que la única Revolución posible en esta Patria es la que usted hizo: el salario justo, las vacaciones, la jubilación, las escuelas, la industria nacional, la casita, el asado de los domingos, que yo conociera el mar y mi viejo tuviera zapatos. La dignidad. Si eso nos dejó tantos muertos, tantas persecuciones, tanta cárcel, tanta tortura, ni hablar de la propiedad social de los medios de producción.
Es que veo, General, que en esta Patria morocha como mi Presidenta, los enemigos del Pueblo siguen agazapados. Se hacen los democráticos, usted lo sabe bien, les queda bien decir "Libertad, Igualdad, Fraternidad", pero de esa trilogía, lo que no soportan es la Igualdad. Porque siguen queriendo que el hijo del barrendero muera barrendero. Y usted, General, hizo que el barrendero soñara con la chapa en la puerta del hijo. Y que la modista lo viera al pibe abogado, o periodista. Y eso, General, todavía no se lo perdonan.
Por eso yo, que a veces me peleo con usted, después lo adoro, más tarde lo puteo y me pregunto por qué algunas cosas -usted sabe de qué le hablo- , me descoloco por algunas contradicciones, comprendo que no hubo cosa mejor que aquellos días, comprendo que no hubo hombre más visionario que Usted, y que para que los días vuelvan definitivamente a ser felices, sólo hay que hurgar en la memoria popular, en la cultura barrial, en los escritos políticos. Ahí esta todo. Su legado, General. Lo trae todo de nuevo mi Presidenta, General, por eso le pelean con tanta saña. Qué orgullo debe darle mi Presidenta...
Todos, todos en esta Patria le debemos algo, General. Yo le debo esta obstinación, esta tozudez, este fanatismo, este saber que nunca voy a ser feliz si yo sola soy feliz. Ah, y el mar.
Agregale otra hazaña al flaco Balsarini...compartida con tu vieja, claro...
ResponderEliminarMe hiciste emocionar que te pario...Es uno de los mejores que te leo (y mirá que te lei unos cuantos que me parecían insuperables). Me quedo con dos cosas, sólo por elegir dos. Una, esa ida y vuelta que se tiene con un padre (vivo o muerto, vivo mejor) y que mezcla el amor eterno con el enojo, la frustración, la realidad, los límites, y el amor eterno. La otra cosa, la enorme tosudez (¿se escribe así?) que da ser peronista. La indudable certeza de que "los días más felices, siempre fueron..." Y es así, para qué dar vueltas. Gracias.
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