Es como el segundo gol de Tévez a los mexicanos. Directa, sin vacilaciones, un vendaval que arrasa, como absoluta, tajante, nítida. Tiene un rostro atiborrado de consonantes y vocales que se le cuelan en cada mohín, y esa voz cascada, casi ronca, profunda, que sonríe o frunce el ceño como si fuera una cara. Con esa voz me interpela desde el telefonito, en los días previos al 24 de marzo o a principios de diciembre. Me pregunta si voy a conducir la Plaza, con Norita y Copito. No sé para qué carajos me pregunta, si sabe, sabe. Si la única vez que no estuve fue porque estaba en el hospital y mi apéndice en un tacho de basura. Pero ella llama igual, por las dudas, porque ya no puede ser el apéndice pero siempre queda una vesícula.
Viene y te mira así, sin que puedas escaparte. Te apabulla con relatos que mezclan dolores y absurdos. Apoya su mano en tu antebrazo y te otea como de abajito, mientras el olor del café con leche inunda el ínfimo bar de la Avenida Belgrano, y te cuenta cosas. Y qué querés que te diga, te dan como vergüenza ciertas flojeras que solés tener, porque ante minas como esta no tenés derecho a sentirte débil o inerme, no señor. Te preguntás de dónde carajo saca esa fuerza rabiosa, esas ganas de romper las pelotas, esa alegría que le sonríe en los ojos arropando muchas veces aquel viejo dolor que supo hacer fecundo. Te respondés que algún hechizo incomprensible obra en mujeres como ella, algo que les sale de la matriz y se desparrama generosamente, al tiempo que va intentando curar una aflicción incurable.
Gasta zapatos, vaya si los gasta. Viene trazando caminos hechos de pasos nomás. Así va haciendo del mundo una gran Plaza de Mayo, extendiendo el círculo empedernido desde la pirámide hacia las orillas de la Tierra, trajinando universidades y villas, despachos y veredas, leyendo los poemas de Alejandro, denunciando chacales, exigiendo justicia.
Se pone como loca cuando le decís vieja, aunque lo digas desde la ternura y el cariño con que los hijos hablamos de los viejos. Viejos son los trapos, te dice, y vos qué le vas a hacer, sonreís y callás.
Hace unos días la vieja cumplió ochenta pirulos y esta noche, cuando brindemos, detrás del bochinche, los aplausos, la velita, los abrazos con los amigos, las emociones desbordantes, tal vez podamos descifrar ciertas sombras en el fondo de sus ojos que, como por arte de amor, sencillamente se hacen luz.
Feliz cumpleaños, vieja
Viene y te mira así, sin que puedas escaparte. Te apabulla con relatos que mezclan dolores y absurdos. Apoya su mano en tu antebrazo y te otea como de abajito, mientras el olor del café con leche inunda el ínfimo bar de la Avenida Belgrano, y te cuenta cosas. Y qué querés que te diga, te dan como vergüenza ciertas flojeras que solés tener, porque ante minas como esta no tenés derecho a sentirte débil o inerme, no señor. Te preguntás de dónde carajo saca esa fuerza rabiosa, esas ganas de romper las pelotas, esa alegría que le sonríe en los ojos arropando muchas veces aquel viejo dolor que supo hacer fecundo. Te respondés que algún hechizo incomprensible obra en mujeres como ella, algo que les sale de la matriz y se desparrama generosamente, al tiempo que va intentando curar una aflicción incurable.
Gasta zapatos, vaya si los gasta. Viene trazando caminos hechos de pasos nomás. Así va haciendo del mundo una gran Plaza de Mayo, extendiendo el círculo empedernido desde la pirámide hacia las orillas de la Tierra, trajinando universidades y villas, despachos y veredas, leyendo los poemas de Alejandro, denunciando chacales, exigiendo justicia.
Se pone como loca cuando le decís vieja, aunque lo digas desde la ternura y el cariño con que los hijos hablamos de los viejos. Viejos son los trapos, te dice, y vos qué le vas a hacer, sonreís y callás.
Hace unos días la vieja cumplió ochenta pirulos y esta noche, cuando brindemos, detrás del bochinche, los aplausos, la velita, los abrazos con los amigos, las emociones desbordantes, tal vez podamos descifrar ciertas sombras en el fondo de sus ojos que, como por arte de amor, sencillamente se hacen luz.
Feliz cumpleaños, vieja
yo quiero ver un dia las avenidas Madres de Plaza de Mayo y Abuelas de Plaza de Mayo. Habiendo tantos nombres por cambiar, no?
ResponderEliminarHermosas palabras las suyas!