Los locutores estamos en tu vida. Hasta en la sopa, la que sopapea a todas las sopas. Te leemos las noticias, te avisamos si va a hacer frío y si la panamericana viene cargada. Te decimos que te tomes tal yogur si querés cagar con regularidad, que este supermercado es el re más mejor de los supermercados, y qué salió número salió a la cabeza en la quiniela de provincia, además de recordarte qué significa en el yeite ese de los sueños (28, los cerros - ¡No! en verdad es las tetas, pero no se puede decir tetas por la tele). Te recomendamos que te vacunes y te contamos qué canción está sonando, te adelantamos cuál es el programa que va a venir, te chusmeamos con quién está saliendo tal o cual vedetonga, y te hacemos creer que Fulanita está espléndida porque usa el champú ese que le deja el pelo así. Y ayer estuvimos como locos recibiendo mensajitos desde temprano, felicitándonos por nuestro día, que fue ayer, claro.
Eso no es todo: si vos llamás a una empresa cualquiera (de telefonía, un suponer), te paseamos por todos los numeritos de tu celu hasta que te cansás y no reclamás un carajo. A veces estamos en los ascensores, diciéndote en que piso estás, porque suponemos que no sabés contar. Por si esto fuera poco, te hacemos las voces de los nenes, de los dibujitos y hasta la de Meryl Streep. Te contamos cómo fifan los rinocerontes y si mandás un mensaje a la radio lo leemos y le comentamos cualquier boludez encima. Si trabajás en una empresa concheta, puede que te animemos la fiestita de fin de año. Y cuando te recibís de algo, es probable que te llamemos para que te den tu diploma. Ah, y ahora gritamos como esquizofrénicos en los programas de la madrugada, pidiendo por favor que llames y contestes preguntas que son un monumento a la pelotudez humana.
Eso no es todo: si vos llamás a una empresa cualquiera (de telefonía, un suponer), te paseamos por todos los numeritos de tu celu hasta que te cansás y no reclamás un carajo. A veces estamos en los ascensores, diciéndote en que piso estás, porque suponemos que no sabés contar. Por si esto fuera poco, te hacemos las voces de los nenes, de los dibujitos y hasta la de Meryl Streep. Te contamos cómo fifan los rinocerontes y si mandás un mensaje a la radio lo leemos y le comentamos cualquier boludez encima. Si trabajás en una empresa concheta, puede que te animemos la fiestita de fin de año. Y cuando te recibís de algo, es probable que te llamemos para que te den tu diploma. Ah, y ahora gritamos como esquizofrénicos en los programas de la madrugada, pidiendo por favor que llames y contestes preguntas que son un monumento a la pelotudez humana.
Hablando de pelotudeces: los locutores somos expertos inigualables en coleccionar una cantidad inconcebible de datos absolutamente inútiles para la vida cotidiana o la trascendental (como aquel de los caños con la marca A. Torrante), al sólo efecto de echar mano de ellos cuando del otro lado del vidrio el productor nos hace señas, juntando en un montoncito los cinco dedos de cada mano, tocando la punta de los dedos de una mano con los de la otra, y separando ambas manos en sentido horizontal, en un gesto que se traduce como "ESTIRÁ" y que provoca el pánico inmediato en el locutor baldío de un bagaje cultural masomeno apreciable, un cúmulo básico de información sobre el tema del cual está hablando, o -en su defecto-, de los datos inútiles antedichos.
Bueno, no todo lo que suena en los medios audiovisuales son voces de locutores. Si así fuera, nos ahorraríamos el padecer a un Santo Biasatti (el hombre al que le afanaron todas las consonantes) o un Marcelo Bonelli (el tipo al que si mandás a hacer un curso de oratoria, lo dejás en coma cuatro, y si lo embocás con un manual de gramática, lo borrás para siempre de la faz de la tierra). Tampoco es que tooooooodos los locutores con carnet sean garantía de nada. Ahí tenés a un Pato Galván, por ejemplo, o a un Guillermo Lobo. Como ves, un título de locutor no te certifica lucidez ni veracidad, respectivamente.
Yo me dediqué a conducir actos. Será un poco por esa fascinación que ejerce en mí uno de los pocos territorios que domino: el escenario. Otro poco porque, en estas cuestiones de la comunicación, una de las cosas más bellas es la devolución, el reconocer qué pasa con el otro cuando vos desplegás tu oficio, cuando las palabras te atraviesan y llegan a su destino, siempre el otro. Sus ojos, que ocasionalmente ves humedecerse por historias que le contás, su mente, que por momentos comprende cuando compartís cierta información, su corazón, que puede hasta accionar cuando le mostrás el dolor humano. Siempre el otro.
Y vos, el locutor, estás tan presente que casi nadie repara en ello. No salís en las fotos, no te enfoca la cámara, nadie sabe tu nombre. Y sin embargo, fuiste quien -por onda o por oficio- dio su carácter al hecho comunicacional, o artístico, o político. Al menos parte de ese carácter. A veces, al finalizar un acto, vienen y me dicen “que hermosa voz”. Juro que, al menos en mi caso, no es algo que enorgullezca demasiado. El gozo verdadero me frunce las tripas cuando me agradecen la garra que le puse, o la onda, o simplemente el laburo. Y lo más conmovedor es cuando descubro que entendieron la profundidad del mensaje que otros quisieron decir por mi voz.
Cuando entré al ISER me preguntaron por qué quería ser locutora. Debo decir que, sin el título habilitante, venía ejerciendo el oficio desde hacía más de quince años. Con relativa vergüenza, por cierto. Mi respuesta fue que en este país había mucha, demasiada gente que no tenía acceso a los medios y cuya voz no podía ser escuchada, y que mi intención era prestar mi garganta para que pasen esas voces. Eso entendí en los tiempos de vivir en el país profundo, cuando escuchaba por la radio que el Moncho le avisaba a su cuñado que llegaba el domingo en el tren de las dos, o que la María había parido mellizos, o que había que guardar las gallinas porque se venía la tormenta. Lo que hacemos los locutores es comunicar. Parece una perogrullada, pero a veces los propios locutores lo olvidamos.
En verdad, no siempre esto resulta posible en el ejercicio de este oficio maravilloso. Cuando sos locutora oficial de un ámbito en el que convergen ideologías distintas, en muchos casos opuestas a la tuya, se hace difícil. En esas ocasiones, lo mejor es la cara de piedra y la locución absolutamente formal, sin un ápice de vos. A fin de cuentas, para eso gastaste pestañas estudiando. Eso aprendiste. De vez en cuando, podés dar rienda suelta a tus sentimientos, tus convicciones, tus ideas. Otras veces, te ajustás a la articulación lo más perfecta posible, las curvas entonacionales correctas, el aire medido, la respiración costeodiafragmática.
Yo me defino como una locutora nacional y popular. Y vengo pensando en esto de lo nacional, que es el carácter de la matrícula que te dan cuando pasás el último examen. Es tiempo de pensar en una locución nacional. Digo, en una locución que no sólo venda gaseosas, sino que imprima este sentido nacional al habla, a la comunicación, a los medios. Una dialéctica entre la semántica y la cosmovisión popular. Una locución que sea emergente de la forma de hablar de los argentinos, y también de las distintas formas de pensar, una hermenéutica de la construcción lingüística regional. Si por la lengua nos definimos, si la construcción del yo y de la propia imagen se da a través del lenguaje, pues el habla debe responder a la entelequia propia de estas tierras y su Pueblo. Y los comunicadores en general, los locutores en particular, debiéramos amparar con nuestro oficio, los intereses, los deseos, los sueños, las posibilidades, las definiciones, las capacidades, en definitiva, el resquicio por donde el Pueblo pueda manifestarse más allá de los designios de los monopolios de la palabra.
Locutora nacional y popular es lo que soy. Del mismo modo que soy mujer orgullosa de su femineidad, mamá enamorada de su hija, compañera queriente de su hombre, amiga incondicional de sus amigos, argentina amante de su Patria. Todas cosas que me definen. Ayer, por un rato, hice foco en que soy locutora. Claro, porque fue el día del locutor. Y por eso me escribí esto. Y lo posteé recién hoy porque otra cosa que me define es que soy bastante vaga.
He dicho.
Che cumpa, una verdadera clase de parla por el fierrito. Especialmente eso de la locución nacional y popular!!! El Comando Megafón siempre se pregunta qué es eso de las voces lindas y como si salieran de una máquina de fabricar chorizos, tooodas igualiiitas, sin emoción, sin corazón, y siente que no le hacen sentir nada! Los locutores son la voz del pueblo, de la cultura popular. Felicitaciones Locutora Tana!
ResponderEliminarYa me andaba preguntado medio preocupado a qué venía tanto ejemplo malvado, casi cínico, del principio de las mil formas en que la voz de un locutor/a penetra nuestras vidas. Me lo respondió a la mitad cuando comenzó a hablar de un locutor NACIONAL (POPULAR Y NACIONAL)y qué cosa podía significar eso. Impecable, tanto el decurso de la nota en si como tambíen como va cayendo indefectiblemente en el mensaje de fondo. Clarito, fundamentado, sin adorno y con conocimiento. Lo que a uno le gusta leer mientras aprende de algo. Qué bien...ah y felíz día.
ResponderEliminarFelicitaciones por tu día y también por el texto sentido.
ResponderEliminarMuy lindo.