Será que para llegar al santuario tengo que cruzar todo el barrio de mi infancia: el club donde aprendí a nadar, el hospital donde nací, la placita donde jugaba al salir de la escuela, la esquina del martonero, la iglesia a la que iba con mi nona a rezar los quince sábados, la plaza con mi calesita preferida, que ahora homenajea a Homero Manzi.
Será que a la vuelta vengo medio mareada, mitad por el medio litro de tinto que me tomé al rayo del sol, un 8 de enero a la una de la tarde hora peronista y esa mezcla rara de olores y temperaturas: los vinos destapados, las velas rojas, los cigarros encendidos, la transpiración de los morochos con sus panzas al aire, el perfume barato de las mujeres –algunas de las cuales disimulan su morochez gracias a la tintura hecha en casa, que ni de peluquería, como las rubias de barrio norte que tampoco son rubias porque después de los 30 ninguna es rubia, sépanlo, salvo las nórdicas o germanas, y por estos lares no hay demasiadas-.
A todo este emboyeré se suma el chamamecito bien maceta que sirve de música de fondo a los rezos de los promeseros y el humo que llega desde la calle, plagada de puestitos de choripán, vacío, pollo, empanadas fritas, chipacito y sopa paraguaya.
Por lo que sea, hoy tengo ganas de escribir sobre el Gauchito Gil.
Conocí la historia en los maravillosos y duros años que viví en el nordeste, que me dejaron un montón de cosas en la cabeza y el corazón, y una hija solidaria y correntina.
Se cuenta que Antonio Mamerto Gil era uno de estos gauchos bandoleros, tipo Mate Cosido o los hermanos Velázquez, que afanaba a los ricos y repartía el botín entre el pobrerío. Ya desde ahí cae simpático el tipo. Que fue desertor en la “guerra” entre celestes y colorados, a mediados del siglo XIX. Que lo agarraron y lo condenaron a muerte. Que como la gente lo quería y se lo tenía por buen hombre, se juntaron 20 firmas de “notables” para pedir su perdón. Que el perdón llegó tarde, pero él, antes de que lo colgaran, le avisó a su verdugo que su hijo estaba enfermo y que como estaba derramando sangre inocente le iba a tener que pedir a él que intercediera ante Dios para que el gurí se cure. Que el sargento, efectivamente, cuando llegó a su hogar encontró a su hijo muy enfermo, y que le pidió al Gauchito, y se convirtió en su primer devoto. Que puso una cruz y un par de tacuaras con cintas rojas allí donde lo habían matado – porque el gauchito era federal (y sigue cayéndome bien). Hay una versión más que habla de la decisión del dueño de las tierras en las que se encontraba el santuario, de trasladar el cuerpo del gauchito al cementerio local, molesto por la incesante llegada de miles de promeseros, y del posterior derrumbe económico y familiar que sufrió este hombre, que se revirtió cuando volvió a asentar el santuario en su lugar original.
Son muchas, miles las historias de milagros que realizó el gauchito. Dicen que al morir prometió que su sangre inocente iba a volver en milagros para su Pueblo. Y es el Pueblo quien se arrima a los altares, con su fe sencilla, profana, el que prende su velita, deja su vino o su vestido de novia, una trenza, un paquete de puchos, el título, una chapa de auto, una carta o un poco de plata. No hay especulación. Se pide, se promete, se agradece. Y cualquiera que llega puede tomar de allí lo que necesita y en otro momento devolverlo. Porque además, está eso, la solidaridad. Por eso también me cae simpático. Y porque es un santito colectivo: sus altares no están en las casas o en las iglesias, sino en la calle, a la vera de los caminos, en las veredas. Se reparte. Y eso es bien peronista. Nadie lo administra. No hay un Papa, un Rabino, un Monje, un nada que diga cómo y cuándo se debe honrarlo. Y la iglesia católica no lo va a beatificar nunca, por gaucho retobado.
No va a faltar el positivista que despedace mi relato por su falta de rigor científico. Ese mismo positivista concluirá conmigo en que no hay ciencia que pueda contra la fe. Y, permítanme, a mí la fe de un Pueblo en un gaucho retobado, me conmueve.
Me conmueve el hombre que se puso su mejor traje de gaucho, bombacha plisada y camisa rojas, ristra de monedas relucientes a la cintura, facón plateado en la espalda, botas prolijamente lustradas. Y la muchacha con su remera colorada, y la panza alunada de una señora, casi a punto de parir, que besa la imagen del santito y traslada el beso a su vientre florido. Y el muchacho, músculos negros, tan machazo él, arrodillado en medio del gentío, arrodillado como no debe arrodillarse en ninguna otra ocasión. Y los gurises correteando, empanada en mano, tranquilos y seguros, porque allí no hay daño posible. La vieja del quiosquito de enfrente, que me vendió el vino y me indicó por dónde andaban pasando los colectivos para volver de Ing. Budge al centro, y me despide diciendo que el gauchito me bendiga. Y hasta el colectivero del 32, que hoy tiene más laburo que nunca, y nos lleva con una sonrisa y su cinta roja colgada en el parabrisas.
Por eso, cuando vayan por los caminos de la Patria y vean a los costados de las rutas una pequeña estatua de un gaucho con una cruz detrás, rodeada de banderas, flores y estandartes rojos, sepan que es el santuario del gauchito, y aminoren su marcha, toquen bocina o hagan un gesto. Si no creen en el Gauchito, que sea en honor al Pueblo que cree en él.
CURUZÚ GIL (Paí Julián Zini)
Ni bien volvió la partida,
cumplida la comisión
se comprobó su inocencia
y la gente se enteró
por los mismos matadores
de todo lo que pasó
y de la cruz de espinillos
que allí clavada quedó.
La cruz que tanto barullo
vino a suscitar después
cuando el dueño del lugar
barrió con todo,
alli fue que se quedó medio loco
y le empezó a suceder
una collera de cosas
que son para no creer…
Desde entonces los viajeros
le dejan algo al pasar
plata, velas o cigarros
que uno le puede ocupar
con tal que rece al llevarlos
por el difunto, nomás.
No vaya a pasar de largo
chake le puede ir mal…
si con rezar un bendito
no pierde y ha de ganar
Los promeseros le dejan
para pagarle un favor
mástiles de tacuara
banderas de su color
casi todas coloradas
que agradeciéndole a dios
se destiñen en el viento
bajo la lluvia y el sol…
Cruces de hierro forjado
también suelen llevar
y hay promesas que se pagan
con un baile en el lugar…
Por eso algunos domingos
de acordeón y mbarará
resucita la bailanta
y es ese un milagro más…
Dicen que fue su delito
soñar con la libertad
no aguantarse la injusticia
y alzarse al monte nomás…
Tal vez por eso la gente
le reza cada vez más
y hay quien dice que a la larga
mi pueblo lo va a imitar.
Hola:
ResponderEliminarme gusta tu blog.
Unas 300 mil personas veneraron este jueves en Corrientes al Gauchito Gil, conocido como un santo popular milagroso. Le piden al Santo de los pobres, que cure a los enfermos, que dé trabajo a los desocupados, que salve a los accidentados, que los ayude a encontrar su camino...
No sabía que había que saludar al pasar...
Saludos
No "hay que", pero no cuesta nada saludar al pasar.
ResponderEliminarGracias por tu comentario y bienvenida a mi blog!!
es que los pobres no le preguntan a la iGLESIA si pueden santificar o creerle ,la clase media compra los videos de Olmedo pero no le hace monumentos .los pobres dicen Gilda y Rodrigo son santos y al carajo van y le hacen un monumento ...con el gauchito gil o la virgen de copacabana o de itati pasa mas o menos lo mismo,ante s de que Juan Pablo 2 terminara de hacer mierda la iglesia el documento de puebla hablaba y valoraba la religiosidad popular y las comunidades eclesiales de base
ResponderEliminarel gauchito gil tiene mucho mas que ver con la Virgen de Lujan y las procesiones durante la dictadura asi como las convoctorias de Saul Ubaldini y Bufano o Novak que con bergoglio
saludos compañera Tani
Hermoso blog
Así es, Walter. El pobrerío se define sin permisos. Abrazo
ResponderEliminarTani, muy buen texto. A mí me impresiona cómo en los altares de Gil se perpetúa el colorado del viejo partido federal, que expresó la idea más popular del siglo XIX. Sin duda es un santo peronista.
ResponderEliminarSaludos
La idea más popular, y la más acertada, MP. beso
ResponderEliminarMira que escribis lindo condenada!!
ResponderEliminarmecostó ncontrar algopara peleate aunqeu más no sea un poco, y me genero una sonrisa tu calificación de Peronista a este "santo".. Ningun positivsta despedazaria nada de tu relato, porque es eso, UN RELATO (y no encierra esto nada peyorativo, me encantó), y nada saca tu derecho a conmoverme. a mí me siguen haciendo ruido algunas cosas de estas manifestaciones de FE, tan masivas y generalizadas, y me pregunto hasta donde llega la superstición, hasta donde a necesidad..
pero bue, si alguien de su talla me pide qu esalude prometo, en la proxima ruta ( será destino a Cordoba, saludar pero como un gesto a VOS)..
DR K
Pero mirámelo al doctorcito "K"!!!! jejejeje
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