Harta, hastiada, saturada, aburrida. Así estoy con la asunción del “primer presidente negro de EEUU”. Como si fuera gran cosa. Como si Sudáfrica no hubiera tenido a Mandela, superando el aparheid. Como si Bolivia no tuviera un pesidente indio. Como si Argentina y Chile no tuvieran presidentas mujeres. Como si Brasil no tuviera un presidente obrero. Los países subdesarrollados hemos demostrado acabadamente que para nosotros el acceso al poder de los sectores populares es sustancialmente importante. Y no hacemos tanta alharaca con eso. Lo siento por los millones de negros que se emocionan porque es lógico, después de tantos años de ver sus derechos por el piso, uno de ellos (uno bastante desteñido, para ser sinceros) ha llegado al poder.
Estoy podrida de la suegra de Obama, las hijas de Obama, la mujer de Obama, la corbata de Obama, la custodia de Obama, los dos millones de personas que fueron a ver a Obama (masomeno la misma cantidad de gente que fue a recibir a Perón a Ezeiza).
Estoy hastiada de los tilingos de nuestro país que se conmueven por Obama y acá a los negros los explotan, cuando no pueden mandar a cagarlos a palos.
Estoy saturada de las viejas de barrio norte que critican a Cristina porque no fue a lo de Obama, sin saber que NINGÚN mandatario va a las asunciones presidenciales.
Estoy aburrida de los paparulos que suponen que todo va a ser mejor por Obama. Como si el hecho de ser negro y demócrata lo hiciera automáticamente buenito. Como si no fuera el presidente del imperio, y como si el imperio fuera a dejar de serlo porque tiene un presidente negro desteñido. Como si no hubiera llegado porque se lo permitieron, porque los halcones están sospechando que no hay demasiado peligro con este muchachito, y si seriamente lo hubiera, no dudarían en armar un cruce de balas y encontrar a algún pelotudo que pague por el magnicidio. A mí no me joden. Lo único diferente es que ahora el imperio tiene un presidente negro… ¿y qué?
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