Resulta extraño que, en la memoria de una, determinadas cosas conserven sus dimensiones físicas con el correr de los años. Y que acrecienten su hondura. Suele suceder, digo, que el tamaño de algunos objetos cambie en la percepción personal en proporción inversa a la propia estatura. Recuerdo aquel bebedero del patio de mi colegio al que no llegaba sino en puntas de pie cuando estaba en el jardín de infantes. Cuando recorrí ese patio, años más tarde, el bebedero me llegaba a la cintura. Y así.
Hace unos días quiso mi buena estrella que mis pasos volvieran sobre las huellas que dejé hace más de treinta años en el Hotel Nº 3 del Complejo Turístico de Chapadmalal. Aquel ayer de viaje peronista que hice al finalizar el segundo grado - que ya relaté acá - se me juntó como la leche y el nescuic con este ahora de otro viaje peronista. Peronista en las dos ocasiones: aquella por obra y gracia de las Colonias de Vacaciones del 73, esta por su acceso vía sindicato, vía mejora de la situación económica kirchnerista y por si esto fuera poco, encompañerada.
Pensé que aquel edificio que cobijó mi asombro infantil sería en mi madurez menos enorme que en mis recuerdos. Y no. Así de grande era, nomás. Grande de todo grandor. Grande como para cobijar toda esa pequeñez obrera, como para acunarla en esas grandes barracas, para que haga gimnasia en esos grandes patios, para que se alimente feliz en ese gran comedor.
Y el mar, levemente celoso por un amor que debe compartir, también. El mar, grande y generoso, otra vez me regaló una piedra, mucho más bella que aquella que debe guardar mi vieja todavía.
Toda esa inmensidad puede achicarte los ojos, de veras. Puede metérsete en el pecho y hacerte niña otra vez. Y podés jugar con ese mismo mar que es tuyo porque tuyo lo hiciste con la primera mirada de boca abierta, como que te lo tragaste y nunca lo dejaste ir. Literalmente, porque tus labios no están tranquilos sin la frescura del agua. Y el aire salitroso te revuelve el pelo, se adueña de tu piel, se te mete en el alma, y te ensancha los pulmones. Igualito que él, fijate.
Recorriendo desde la adultez, se revelan otras cosas. Cómo nos olvidamos a veces de uno de los derechos que el peronismo nos hizo encarnar hasta el punto de ni pensar ya en eso. Y apreciar hasta qué punto lo hizo. Y cómo lo que vino después arrasó también con eso. Hablo del derecho al ocio. De la justicia del descanso. De que el trabajador tenga la posibilidad de pasar unos días como bacán. El peronismo no sólo le dio jerarquía constitucional. El peronismo llevó a los trabajadores a lugares que eran prohibidos para ellos. Salvo, claro está, que fueran como sirvientes de una oligarquía que también se había apropiado del mar, de la nieve, del reposo, de las montañas. Y entonces, por ahí, salían en la foto de los patrones, como esa que está en la mansión Ortiz Basualdo: familia típicamente garca, años 30, el padre, la madre y los ñiñitos, tan prolijitos, ropa almidonada. Y ella, la sirvienta, una piba de no más de dieciséis años, empujando el cochecito del bebé, con esa mirada sombría, sabiendo que su destino, el suyo y el de sus hijos, era ser parte de la servidumbre.
El peronismo no hizo un par de hotelitos de mala muerte. Construyó tremendos edificios, con bellas escaleras de madera, con todos los lujos, a escasos metros de la playa, para que los laburantes ni tuvieran que cansarse para ir a remojar las patas. Igual que los oligarcas. El peronismo devolvió lo que los dobleapellido habían afanado al Pueblo. También esto. Y cómo no van a odiarnos, si nos apropiamos de lo que nos es propio y ellos pretendían suyo. Hasta el mar. Si les llenamos las playas de señoras con sánguches de milanesa, de mate y bizcochitos de grasa, de sudores, de pelotas, de toallones multicolores. Tuvieron que arrellanarse en sus mansiones porque el olor a bosta no combina con el olor del jabón federal, pero sí con los perfumes franceses. Cómo no van a odiarnos si tuvimos acceso a sus privilegios.
Privilegios que tengo yo. Niña peronista. Mujer peronista.
Y nos seguirán odiando, porque no vamos a parar hasta que los tengamos todos.
He dicho.
Escrito con el alma, leído con el alma.
ResponderEliminarImpresionante.
Sólo usted puede escribir así, Tana. Eso lo firmo.
Mario
me hiciste acordar de los viajes que hice de pibe con el sindicato de los empleados de entel. saludos.
ResponderEliminarLágrimas, ché. Y efectivamente, el peronismo es como el anti-mercator ¿viste? lo que se resiste a que en el mapa -y en todo lo demás-, estemos debajo. Gracias, tana!
ResponderEliminarPero el 3, era el más cheto. ¿El 4 no era el que tenia el bowling? Cuantos recuerdos, ibamos todos los años. Entre el correr por la playa y las recorridas por los bosquecitos, los havanna, y la compra de las mafalda.
ResponderEliminarQuerida hermana....felicitarte por tu escritura, es como...obvio y facil, aunque deberas saber como admiro y envidio esa habilidad tuya.... Festejo el viajecito que te echaste !! merecido hermana, merecido. Abrazo grande. Pao.
ResponderEliminarTana, me querés matarrrr ... no se que decirte...simplemente sentir para compartir tu letrorragia blogueril. Simplente gracias... compartí desde la lectura tus sensaciones, humanas y peronistas..o mejor ambas cosas, que es lomismo. El peronismo sentido y practicado enoblece a la causa humana. Muy bueno, Coco
ResponderEliminarMARIO: gracias. Que bueno verlo por acá
ResponderEliminarCHINO: me encanta eso. Cosas que pasan cuando escribimos, esas de disparar recuerdops de otros compañeros
HUINCA: deberemos hacer el mapa de Jauretche, nomás. De nada :-)
SIN DIOSES: el 3 era el infantil, al que yo fui.
PAO: Hermanita querida, una nunca sabe del todo cuánto quieren los que nos quieren. Qué lindo que te hayas venido. Besos a mi sobri, los quiero mucho!!!
COCAZO: Ya casi casi consigo el cianuro ;-)