"El arte de nuestros enemigos es desmoralizar, entristecer a los pueblos. Los pueblos deprimidos no vencen. Por eso venimos a combatir por el país alegremente. Nada grande se puede hacer con la tristeza." ARTURO JAURETCHE

martes, 21 de abril de 2009

APUNTES PARA UNA CIUDAD DE TODOS


Si la cultura se entiende en términos del modo de ser de un pueblo, tal como plantea el gran pensador nacional Rodolfo Kusch, podríamos sospechar, si no una victoria contundente, al menos una considerable ventaja de la concepción liberal de civilización.

Hubo otras épocas, claro. Aquellas en las que el Pueblo de esta Patria se pensó a sí mismo como tal. Aquellas en las que los sujetos tenían clara conciencia de su ser en función mutua. Esta cognición de unicidad social fue lo que -por el terror primero y mediante la exaltación de la noción de éxito en tanto progreso económico individual después- fue horadándose hasta llegar a la casi inexistencia. Y es sobre este abandono forzado de la idea de la realización social, que se monta el aparato avasallador de la derecha, cambiando balas por espejitos de colores.

La ciudad de Buenos Aires, no sólo no es ajena, sino que es la expresión más perfecta del dominio de la ideología neoliberal. Esta ciudad eligió como Jefe de Gobierno a un niño mimado del establishment, prototipo del hombre de negocios exitoso (¿?), gestionador, adalid de la anti política y la “eficiencia”, y ahora sufre las consecuencias.

Definitivamente, el Jefe de Gobierno urde una ciudad para pocos.
Pone reposeras y sombrillas en las plazas cuando no hay gas en las escuelas. Levanta los adoquines -suculento negocio- y desmantela hospitales. Premia a sus funcionarios con sobresueldos y mezquina el aumento de sueldo a los docentes. Hay más: el desguace silencioso del Teatro Colón so pretexto de remodelarlo, el intento de cierre de los hospitales Borda y Moyano, la creación de la UCEP –la patota pro que desaloja indigentes- , la pretendida eliminación de los Talleres Protegidos Terapéuticos –al tiempo que se llama a licitación para la construcción de un centro cívico en el predio donde funcionaban los talleres-, y la última perlita: el desmantelamiento de Puerto Pibes para destinar las instalaciones a la nueva policía porteña. Eso, sin contar el despido masivo de trabajadores públicos y la tentativa de judicializar la protesta social.
Lo que debe tenerse en cuenta –y es lo que indefectiblemente sucede cuando se hace un somero repaso de las medidas adoptadas- es que detrás de una gestión subyace siempre un fuerte componente ideológico que determina las acciones de gobierno. Es decir, de la lectura de los hechos se colige el pensamiento que los decide. Y, un poco más allá, puede vislumbrarse la ciudad que se proyecta: una Buenos Aires privilegiada, sin lugar para los desclasados, ayuna de toda iniciativa inclusiva, un paraíso para los amigos contratistas y un infierno para los desamparados. Una Buenos Aires en la que se agudizan las ya profundas e innegables diferencias entre el norte venido a menos pero desarrollado aún y el sórdido sur, olvidado largamente por el brazo del Estado, que debería ser igualador.
Y esto, necesariamente es producto de una corriente de pensamiento, una ideología que determina las acciones de quien debe llevar adelante un esquema de gobierno. A ver: cuando se toman decisiones políticas, esto no se hace desde el capricho o la improvisación. Y aún cuando así sea, nunca es en sentido contrario a la convicción doctrinaria de quien toma esas decisiones. En este sentido, la decisión de poner a la policía porteña allí donde funcionaba un centro recreativo para pibes, es el ejemplo más claro de lo que aquí se postula. Quien tiene semejante iniciativa tiene un proyecto que prioriza la represión por sobre la contención recreativa y/o educativa de niños y adolescentes. Es el viejo esquema de la derecha apaleadora recostada sobre el susto de la clase media porteña. Es la idea de quienes distinguen entre ciudadanos y ciudadanos de cuarta. Esta derecha embiste incansablemente desde el nacimiento mismo de la Patria y, en este momento, se proclama dueña absoluta de la ciudad, y actúa en consecuencia. Cuenta, para ello, con el beneplácito de una clase media que mira a las clases postergadas con temor (el doble temor de ser atacada y el de descender a ese estrato).
Desde el campo popular, el camino debería ser la reconstrucción de la urdimbre social, para revertir el proceso de desintegración fruto de los años de montaje de un individualismo que se enraizó en la comunidad con más profundidad de la que a veces se cree.
Recuperar el concepto de realización colectiva, con urgencia, es sólo el principio

2 comentarios:

  1. Gran texto, Tani. Bien certero. No hay dudas de que Maurizio armó un modelo a escala del país menemista en la ciudad. Lo que yo pienso es que a la ciudad esto le gusta. Y que lo vecinos pobres, los del sur, los del culo del puerto, no le interesan ni al intendente ni a nadie que viva por encima de Rivadavia. Y esa fractura es insalvable. La ciudad está perdida para el campo popular porque ella misma quiso perder la batalla cultural (o ganarla, según se vea) y entregarse con los bolsillos llenos a los brazos de liberalismo. Con todo lo que eso implica. Quien sabe, tal vez haga falta una nueva conquista de Buenos Aires, como la de Avellaneda y Roca en 1879 cuando derrotaron a Tejedor, para romperle el espinazo a esta maldición argentina.
    Saludos

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  2. Me entendiste prefetamente, Mario. ESto que decís de que a la ciudad le gusta y que quiso perder la batalla cultural, tiene que ver con hacerse cargo. Mauri no bajó de un plato volador...

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LO LAMENTO DE VERDAD. OTRA VEZ HAY MODERACIÓN DE COMENTARIOS PORQUE HAY CAGONES QUE CONFUNDEN LIBERTÁ CON LIBERTINAJE. HE DICHO

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