LEALTAD

Saben los que suelen leer este blog, que me gusta especialmente pensar la palabra. Como tal. Sentir cuando se instala en la boca, qué es lo que hace cuando está ahí, cómo juega, qué provoca.

Hoy, mientras trapeaba el piso de mi cocina, decía "LEALTAD". Y ahí está, la palabrita. Dos eles encerrando dos vocales abiertas. La ele, viste como es, te hace poner la lengua detrás de los dientes y te lleva el sonido a la garganta. Así quedan la e y la a, como en un globo dentro de las dos eles, como si tuvieran que ir muy profundo dentro del cuerpo de uno para después poder salir, como explotadas, porque ahí está la te, que te empuja la a como una tromba, para que todo el mundo sepa, para que todo el mundo vea qué es esa palabra que te inunda la boca. Y entonces te agarra la de y te mete todo para adentro otra vez, porque, en verdad, la lealtad está ahí, adentro. Si no, no es.

Vaya si hace cosas la Lealtad en el cuerpo y la vida de uno. Vaya que hay que decirla despacio para entender. Algo que nunca van a hacer quienes no mueven una tecla si no hay un cheque detrás, quienes arribaron a la política por la ventana del me*emato, quienes ofician de palabradeores vacuos. Entender la lealtad, digo. Nunca van a poder hacerlo.

Demasiado han hablado plumas y teclados más sabios y versados que los míos sobre aquella jornada del 45 que se transformó en el Día de la Lealtad, desde Scalabrini hasta los compañeros blogueros. Yo quise detenerme en la palabra que, irremediablemente, me remonta a los ojos azules de mi viejo. Mi viejo que no tuvo que explicarme qué era la lealtad, así como me explicaba que el mundo funciona a enanitos -creo que ya lo conté-. No tuvo que explicármelo porque ni siquiera se lo explicaba a él mismo. No se andaba con esos cuestionamentos. Sencillamente era. Había que votar en blanco y se votaba en blanco. Había que votar a Frondizi y se votaba a Frondizi, con la amargura rayana en asco en la garganta. Había que hacer huelga y se hacía, qué joder. Ningún "apoyo crítico". Apoyo a rabiar. Al líder, a las ideas, al Pueblo. Y cuando el Líder, las ideas y el Pueblo eran traicionados, había que seguir siendo leal al líder, las ideas y el Pueblo, y hacer bosta de la manera que se pudiera a los traidores, con los dirigentes a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes. Seguir viendo, sintiendo y haciendo la Patria desde el peronismo, que a fin de cuentas es eso, una manera nuestra de ver el mundo, el lugar desde donde los peronistas nos paramos para vivir.

Esa lealtad tan simple, como es en verdad la lealtad, es lo que aprendí de mi viejo sin que me lo explicara. Y se traslada a cada rincón de este corazón peronista. Lealtad al legado de mi viejo. Lealtad a lo que le enseñé a mi hija. Lealtad a lo que me une con mis compañeros. Lealtad al hombre que quiero. Lealtad. No podemos vivir sin ella.

He dicho